El silencio de la mente.

La mente huye del silencio porque la mente no entiende algo sin forma, algo que no tiene límites, algo que no se puede medir, clasificar ni encasillar.

Cuando nos adentramos en el silencio, nuestra mente empieza a crear todo tipo de artimañas para persuadirnos de que huyamos, dejemos este terreno baldío de no-palabra y volvamos a lo conocido. Esto es una lucha, la contradicción del parloteo de la mente que quiere: por una parte silencio, y por otra huir del silencio. Es nuestro Ego que: por una parte ha sido educado como miembro de una sociedad, con sus costumbres, tradiciones y apegos; y por la otra que se ha interesado por el beneficio del silencio.

Quizá por eso se han inventado todos los métodos diferentes de meditación, con el propósito de encontrar silencio y paz. Y aunque con estos diferentes métodos, con el tiempo, consigamos acallar la mente, sigue siendo el resultado de las intenciones de un Ego que reclama seguridad. Centrarse en un punto (por ejemplo) solo hace que la contradicción aumente, si bien podemos encontrar algo de sosiego así, no dejará de ser una manera de aislarse, una manera de renunciar al mundo para concentrarse es un punto y así, conseguir sentirnos seguros. ¿Pero quién se siente seguro? ¿Quien necesita estar seguro?

Hablar y hablar es separarse del aquí y el ahora. Da igual que hablemos por la boca y se nos escuche o que hablemos interiormente. El silencio es lo eterno, y en el silencio no hay necesidad de protección, no hay tiempo. Es la paz, no la paz del silencio inducido, sino la paz que proviene de la comprensión de uno mismo, de la falta de deseos y apego, de ser uno con el todo.


Que bien, tranquilo se está envuelto en el silencio.

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